Vamos con un relato del que conservo los derechos y por eso puedo compartir por aquí.
Es un buen relato, de terror, incluido en esta antología de Cazador de ratas. Os dejo la descripción de la colección:
Con estas 14 historias, pues, hemos intentado ofrecer un retrato variado, dinámico y, sobre todo, fidedigno de lo que es, lo que ha sido y lo que puede ser un barrio, buscando una mirada no tanto fantástica como diferente, para mostrarnos el papel que desempeñamos como individuos de esa célula de convivencia tan necesaria en tiempos como los que vivimos y en los que, ahora más que nunca, la solidaridad y la empatía pueden marcar la diferencia entre malvivir, vivir con dignidad e, incluso, vivir a secas. «Vivir en Vallecas es todo un problema en 1996», cantaba Topo en la canción ya citada. Y es verdad, vivir es un problema, pero, a fin de cuentas, es vivir. (Juan Manuel Santiago)
Tras Españapunk llega Barriopunk, una serie en la que pretendemos dar por sentadas las bases de algo que hace mucho que existe en España, la escritura de los bajos fondos, de las ciudades, de las drogas, el metal, los coches, el futuro, el pasado y nuestra mejorpeor música de todos los tiempos. Porque España se ha movido durante toda su historia moderna a golpe de folclore y guitarra eléctrica. Somos lo que somos, somos punk.
La primera parte está en este enlace.
Y llegó el final.
***
Milagros dejó que el agua corriera por encima de su calzado hasta que el pilón de la fuente estuvo limpio y la cabeza de la lamia desapareció. Luego se calzó y así, con los pies húmedos, chapoteando como un pato, siguió su camino.
No le costó llegar a la gran verja negra que separaba el recinto industrial de la carretera sin pintar que la llevaría hasta casa de Mari Luz. Cuando alcanzó el bidón en el que todos embotaban sus conservas, se paró a saludar. De todas formas, no habría podido cruzar: las barreras del paso a nivel estaban bajadas y un mercancías eterno pasaba en ese momento.
—¿Del monte vienes, pues? —dijo la dueña del bidón y la anfitriona de todas las conversaciones.
—He ido a dar un paseo y me he caído de culo. Ahora ya sabes por qué no subo nunca.
—Mujer, ¿te has hecho daño?
—No, no. Estoy bien. Ahora en casa me doy una ducha—. Apuntó hacia el tren con el mentón.
Mari Luz la miraba, cucharón en mano, como si quisiera decirle algo más. Iba a hacerlo, pero el último vagón dejó atrás el paso, las barreras se levantaron y Milagros se despidió.
—Bueno —dijo.
—Bueno —contestó la otra.
Cuando iba a poner la zapatilla encharcada en los travesaños de madera, Mari Luz soltó la lengua.
—Mira a ver tu hija.
—¿Sol? ¿Qué le pasa?
—Ha bajado hace un rato de ahí, del monte. Traía cara de fantasma. Y sus amigos también.
Milagros no contestó. Siguió chapoteando al cruzar las vías y a lo largo del camino irregular donde no se rompió un tobillo a pesar de ser adulta. Chapoteó también calle abajo y cuando subió las cuatro escaleras del portal número cuatro.
Introducía la llave en la puerta de su casa cuando la de enfrente se abrió.
Andoni había vuelto del calabozo y Sol estaba con él. Y sí, tenía cara de fantasma. O de polluelo desplumado fuera del nido.
—Te devuelvo a tu hija.
La madre no dijo nada porque no tenía nada que decir. Se miró los pies. No los veía, pero sentía las membranas interdigitales. Latían como pequeños cerebros aquejados de un horrible dolor de cabeza.
Abrió la puerta de par en par y le hizo un gesto a Sol para que entrara.
—Estoy bien—dijo Andoni cuando vio que su vecina no le quitaba los ojos de encima—. Me dieron un par de hostias, pero ya estoy acostumbrado.
Milagros lo dejó allí. No le interesaba la paliza merecida que le hubiera dado la policía. Le importaba que su hija pasase tanto tiempo con él.
Cerró la puerta con llave y puso la cadena de seguridad. Sol había desaparecido, con toda probabilidad en su cuarto.
Dejó las llaves en su sitio, colgadas bajo la figura de dos dantzaris vestidos de blanco y rojo y repasó la casa. Cerró las ventanas y bajó las persianas de todas las habitaciones. Fue a la cocina, la habitación más grande del piso, y puso la radio.
Por fin buscó a Sol y, cuando la encontró, no le habló. La cogió del pelo y la sacó a rastras de su cuarto.
—¿Qué cojones hacías en casa de ese etarra de mierda?— gritó.
Sol no contestó. No entendía nada. Su madre graznaba como un pato y le tiraba del pelo y no se parecía en nada a su madre.
—Te he preguntado que qué hacías ahí.
Milagros soltó a su hija, que cayó al suelo mal alicatado y se arrastró lejos de ella.
—Más te vale que tengas una buena respuesta —añadió mientras se quitaba las zapatillas mojadas empujando con la punta del otro pie.
Sol se abrazó las rodillas. Su madre no hablaba, le salían plumas de la boca y tenía pies de pato.
—En esta casa, ni nos drogamos, ni somos etarras, ¿me oyes?
Sol la oía, pero no la entendía. Miró más allá de la figura que ya no reconocía y que le daba más miedo que Andoni. No podría llegar a la puerta. De hecho, ni siquiera podía moverse de allí, le dolía todo el cuerpo porque sí: habían convocado a la bruja y la bruja se había vengado.
En la radio las noticias daban el recuento de los muertos del mes. Las autoridades se lamentaban, pero las víctimas no tenían voz.
—¿Qué cojones estabas haciendo ahí?
—Lo siento —dijo Sol.
Como si su madre pudiera oírla, como si quedara algo de ella en algún lugar detrás de aquel caos de plumas sanguinolentas, en la profundidad de aquellos ojos negros sin fin.
Pero no estaba. El ser que se acercó a ella levantó una enorme pata de pato y la descargó sobre su cabeza.
El primer pisotón se resolvió con un crujido y un chapoteo.