Jóvenes y brujas de San Fernando
O cómo la ficción nos hace comulgar con ruedas de molino que la realidad no permite
Iria y Raquel, que asesinaron a su amiga Clara, no se diferencian mucho de las protagonistas de Jóvenes y Brujas. Pero ¿sabes qué es lo que más aleja a Iria de Nancy, la bruja mala de la película? Además de que una es una asesina real y la otra un personaje de ficción, quiero decir: Nancy Downs tiene una legión de fans en internet, pero las brujas de San Fernando solo provocan odio.
Según este artículo de The Vulture, Jóvenes y brujas mete el dedo en la llaga de uno de los miedos primordiales de Norteamérica: el poder femenino y lo que sucede cuando entre las mujeres se crean lazos como los que surgen en la adolescencia: profundos y contradictorios.
La amistad adolescente.
Algo de cierto debe de haber en eso cuando existe tanta mitología acerca de lo mal que nos tratamos unas a otras las mujeres.
Hay legiones de fans devotas de esta película, entre otras cosas, porque durante el metraje se representa con fidelidad la creación de una amistad sincera y profunda que deviene en una espantosa relación tóxica. La amistad, los lazos, la unión, se crean en la película en la escena de la fiesta de pijamas en casa de Bonnie (Neve Campbell). Allí, las cuatro chicas realizan un ritual que termina con una de ellas levitando. Juntas han despertado un poder más grande que ellas, que las une y que las transforma.
En la escena siguiente las vemos recorrer el pasillo de su instituto, erguidas, juntas, más poderosas que nunca. Ya no son cuatro marginadas, son brujas.
Como dice The Vulture, la brujería no es para ellas una forma de rebelión, sino algo mucho más profundo. En Jóvenes y brujas las muchachas utilizan la magia para obtener aquello que les es negado: poder, control, autonomía y la posibilidad de vivir más allá de los límites impuestos por su entorno. Donde entorno es tanto el instituto como la familia, el pasado o la extracción social.
Pero, además, la brujería de Jóvenes y brujas es también, para sus protagonistas, una forma de contactar y dar voz a los deseos y emociones ocultos y oscuros. Entre otros, la ira por no poder ser quien eres o la frustración por las burlas. Las tres brujas malvadas de la película han sufrido diferentes tipos de opresión y, una vez obtienen su poder, comienzan su recorrido en pos de la venganza.
Personalmente, el personaje de Nancy no me gustó jamás. Esos ojos desquiciados, ese maquillaje exagerado, la agresividad… No, nada de aquello iba con la adolescente que yo fui (aunque más tarde adoptara cierto look de tendencias góticas). Pero la verdad es que la líder de las cuatro Jóvenes y brujas es muy popular hoy en día.
Nancy deja que la oscuridad la posea, pero su pecado es anterior: es una mujer joven que no juega según las reglas que se han escrito para controlarla. Vive con un padrastro que roza el abuso sexual, una madre a la que no parece importarle, carece de amigas más allá del cónclave. Por eso es un ser necesitado de ternura pero incapaz de pedirla y, desde luego, incapaz de darla. Cuando las cuatro chicas despiertan el poder, es a ella a quien más afecta este hecho. A las demás las libera de sus problemas, pero Nancy cree que podrá convertirse en otra persona.
La debilidad real de Nancy se ve en la escena en la que intenta seducir a Chris y él la rechaza. En ese momento, la chica se hace un ovillo y prácticamente desaparece en una esquina de la habitación. Hasta que algo hace clic en su cerebro y las cosas cambian. Para mal.
El final de Nancy, encerrada en un psiquiátrico, puede leerse como justicia humana o como recordatorio de lo que pasa con las mujeres que van demasiado lejos en el ejercicio de su libertad. Como leer sobre esa realidad es una locura y un pozo sin fondo, te recomiendo esta novela estupenda: El baile de las locas.
Pero esto se ttula Jóvenes y brujas de San Fernando
Iria y Raquel mataron a una amiga y compañera de instituto, Clara García, en mayo del 2000. Las tres vivían en San Fernando, Cádiz, y su caso fue el primero en ser juzgado tras la entrada en vigor de la Ley del menor.
Si buscas los nombres de Iria y Raquel o si escribes «las brujas de San Fernando» en Google, verás que casi todos los artículos te ofrecen los mismos datos sobre estas chicas:
Raquel era una chica normal, se la describe como la más simple de las tres y la palmera de Iria. Estaba preocupada por su aspecto, porque había empezado a engordar y se sentía rechazada y diferente. Solo en el documental de Telecinco alguien aporta un dato interesante: su carácter cambió a partir de que su padre, toxicómano, regresara a casa cuando ella tenía catorce años. Todas las demás fuentes limitan su descripción a identificarla como el eslabón más débil: la chica gordita, simplona y manipulada que ejecutaría el crimen.
Raquel pertenecía a una familia desestructurada. Su padre y su madre vendían y consumían drogas y la policía los había relacionado también con asuntos de prostitución.
Iria, por otra parte, era una chica de la que un compañero de clase dice que solo provocaba negatividad y rechazo. Otra compañera la describe como muy rara, siempre vestía de negro y hablaba muy bajito. Su profesor de ética asegura que se expresaba a través de Clara, la extrovertida del grupo, pero que era inteligente y tenía sus propias ideas.
En varios de los artículos se mencionan los relatos retorcidos, oscuros y macabros que Iria guardaba en su PC, los libros de ocultismo que leía y las películas de terror que veía. También se hace referencia a que dijo que llevaba sin hablar a su madre desde los siete años. Curiosamente, este dato se usa para definirla a ella y no a su familia.
Una familia, por cierto, ejemplar. El padre era un militar de alto rango y poco más sabemos, a parte de que algunos familiares no identificados estaban relacionados con el ocultismo.
Iria tenía dos caras: la chica rara y callada que se mostraba al mundo, y La Gata, una joven fuerte, inteligente que se sentía superior a los demás. La supuesta manipuladora que condujo a las otras dos al mundo de la oscuridad y la brujería. La Gata se mostraba en sus escritos y en las reuniones de las tres.
La madre de Clara, la víctima, en un programa de televisión, las define, a ambas, como chicas normales. Compañeras del instituto, como otras.
En San Fernando hay una escultura de un unicornio en memoria de Clara, la víctima. Por lo visto le gustaba dibujar y los unicornios, las cosas bonitas, eran su fuente de inspiración. Clara era una buena chica. En los cortes de los telediarios en los que se pregunta por ella se ve cómo otros compañeros dicen que era la mejor del grupo.
No sabemos nada más de Clara.
Nada.
Y esto debería darnos una pista acerca de cómo están construidos los personajes de este relato.
Ojalá supiéramos más de Clara.
Iria, Raquel y Clara eran amigas. Al parecer, Clara y Raquel formaron la pareja inicial y luego se les unió Iria. Profesores y psicólogos dicen que las tres eran chicas que querían ser diferentes, que necesitaban reforzar su identidad, que iban un poco a contracorriente.
Las tres. Las tres eran tres adolescentes típicas que vestían de negro, que no se sentían a gusto con su situación en el mundo.
Un compañero asegura que cuando Iria entró en el grupo, las otras dos cambiaron su manera de vestir y de actuar.
El problema del relato de las brujas de san Fernando, es que obtenemos estos datos sobre ellas solo cuando ya sabemos que han asesinado a su amiga. Y esto hace que nuestra visión sobre las tres sea absolutamente unidimensional y sesgada.
Un poco como como cuando un científico hace mal su trabajo y en lugar de realizar un experimento y analizar los resultados de manera objetiva, tiene una idea previa y analiza los datos de manera que prueben que su idea preconcebida es cierta. Esto se conoce como sesgo de confirmación.
La noche del asesinato de Clara, su padre había puesto una denuncia por desaparición. A las pocas horas se encontró el cadáver y la policía habló con el novio de la víctima, cuya declaración los condujo a las dos amigas.
Por lo visto, esa noche quería verse con su novia, pero Clara se excusó porque había quedado con Iria y Raquel. Lo raro fue que a eso de las doce de la noche él se las encontró solas a la las dos. Le llamó la atención que Iria llevase un peto manchado de marrón. Les preguntó por Clara, pero ellas dijeron que, aunque habían quedado para verse, nunca apareció.
No obstante, la policía fue a hablar con ellas. En casa de Raquel vieron cómo la chica ocultaba algo en una maceta. Más tarde se descubriría que era la navaja con la que la mataron. En casa de Iria vieron ropa colgada y toda la parafernalia esotérica. No les costó atar cabos. O, al menos, sospechar.
En un principio las asesinas fueron a comisaría como testigos, a ayudar a dilucidar lo que había pasado con Clara.
Raquel fue la primera en confesar.
El policía que la interrogó habla de una conversación larga en la que ella dio un montón de datos coherentes que configuraban una coartada más o menos sólida. Hasta que preguntó que le pasaría a quien hubiera matado a Clara. Ahí le saltaron las alarmas al agente. Después de eso, la chica no tardó en confesar.
Iria, cuando le dijeron que Raquel había hablado, también confesó. Y luego se quedó dormida.
Tras las confesiones se procedió a registrar los domicilios de las dos acusadas. En la habitación de Iria se encontraron las novelas, los diarios, los relatos de terror y una cajita con una vela negra, un ángel con las manos cortadas y unas cartas de tarot: la torre, la luna, la emperatriz y la muerte. Todos los artículos que he leído explican cómo esas cartas del tarot describían el asesinato, que se llevó a cabo junto a una torre y a cuya víctima, Clara, le gustaba que la llamasen Luna.
En casa de Iria se encontró además el número de teléfono del asesino de la katana, que había matado a sus padres solo un mes antes y a quienes ellas consideraban una especie de ídolo.
Raquel escribiría: «Te parecerá raro que te escriba, pero lo hago porque no creo que estés loco. ¿Por qué deberías estarlo? Supongo que lo harías porque tendrías tus motivos, pero me gustaría saber qué se siente cuando matas».
En muchos de los artículos se menciona que, tres meses antes del asesinato, Iria había escrito un relato en el que contaba la historia de lo que estaba por suceder. El grupo de amigas no estaba formado por tres chicas, sino por cuatro. Cuatro brujas poderosas. Una de ellas decidía salir del grupo y las otras tres la mataban.
Ese es básicamente, el argumento de Jóvenes y brujas.
Cuatro años después del estreno de la película, que data de 1996, y habiendo leído una nota en la que Iria decía que «la culpa no es de los juegos, la música ni las películas pues yo me confieso seguidora de todo esto y todavía no he matado a nadie», a ninguna persona se le ocurrió relacionar ambas cosas. Porque la caracterización de Iria había prescindido de datos como el efecto que en ella había producido su percepción de que Clara le había quitado lo único que creía tener.
Otra de las cosas que se encontraron en la habitación de Iria fue un ejemplar de la revista Pronto en el que se hablaba de las penas aplicables a los menores que cometieran asesinato. La información estaba subrayada en rojo, o marcada con un círculo rojo y muchos de los entrevistados en el documental se basan en este hecho, y en el relato de Jóvenes y brujas, para asegurar que las chicas planearon el crimen con frialdad, sabiendo lo que les esperaba.
También hallaron unas hojas de papel en las que las chicas habían escrito una coartada con tramos horarios en la que se especificaba, casi al minuto, lo que declararían que habían hecho esa noche si la policía les preguntaba. Se la aprendieron de memoria.
Tal y como se habla de Iria y Raquel, tal como se presentan los hechos, que sin duda son ciertos, el motivo que las dos chicas tenían para matar a su amiga era hacerse famosas.
Al principio, tanto en el documental como en los artículos, se menciona que Clara abandonó a sus dos amigas, que se echó novio, que salía con gente nueva. Y que eso a Iria no le sentó bien. De hecho, se muestra el testimonio escrito de la propia Clara en el que dice que Iria le había comido el coco a Raquel y que como con ella no podía, no la tragaba mucho. Además de porque, cuando ellas hablaban de cuestiones esotéricas y de brujería, Clara decía que no las creía.
Uno de los compañeros de clase narra como un día se encontró a Clara gritando en clase que ya no más. También dice que cree que Clara se refería a que quería dejar el grupo.
Pero este hecho, que incluso la madre de Clara menciona en televisión para decir que como su hija se alejó de ellas, la mataron, no es lo que más pesa en el veredicto de fiscales, policías, forenses, un detective privado y el público en general: para nosotros, lo que importa es que Iria y Raquel mataron a Clara porque querían hacerse famosas y querían saber qué se sentía al matar.
¿Imaginas que en prensa escrita y televisión se hubiera dado espacio a psiquiatras infantiles que hubieran hablado del sentimiento de abandono?
Los adolescentes pasan por periodos en los que no distinguen realidad de ficción. Estas chicas habían creado un mundo propio donde eran poderosas gracias a la brujería. Estando juntas, se sentían poderosas. Iria se sentía poderosa, diferente, como Nancy. Y Clara empezó a decir que no se creía nada de aquello. Y las dejó.
Me imagino, hoy, ahora, que Iria se sentiría abandonada, traicionada y frágil. Porque aquello que le daba la oportunidad de creer que de verdad era única y diferente, se caía a pedazos.
Pero esta parte del relato no se contó. Esta faceta del personaje, nunca se vio.
Una vez establecida esa hipótesis, el documental recurre a la agente que hizo de Clara durante la reconstrucción de los hechos. Cuando la guardia civil escoltó a las chicas hasta la escena del crimen y el juez les pidió que les dijeran cómo se habían desarrollado los acontecimientos, Iria comenzó a dar instrucciones y a explicarlo todo. Según esta agente, la chica no se inmutó lo más mínimo. Tampoco Raquel. A ninguna parecía causar aquello la más mínima turbación.
La misma agente cuenta que tuvieron que llevarlas a prisión de incógnito y que durante el trayecto cuchichearon y se rieron. Según esta policía, ambas estaban tranquilas y sabían lo que les esperaba.
Seguro que esto que cuentan en cierto, pero en esta parte de la caracterización se omiten los efectos del estado de shock, se omite que cada persona reacciona de manera diferente ante situaciones tan perturbadoras.
Se dice que las chcias lo planearon todo y esperaban que las detuviesen y encerrasen, que no se preocuparon de ocultar las pruebas. Y se esgrime este hecho (las ocultaron mal, ciertamente) como prueba de que lo que buscaban era fama.
No se plantea nadie que eran dos crías de 17 años que acababan de matar a una amiga y no sabían qué hacer a continuación. Raquel, ya lo digo más arriba, plantó el arma homicida en una maceta.
Ya bajo custodia, les aplicaron el protocolo de suicidio, que consiste en encerrar a las presas nuevas, de las que se sospecha que puedan suicidarse, con presas de confianza que las vigilen. A los pocos días, estas presas de confianza pidieron el traslado de celda porque tenían miedo. Decían que por las noches se encontraban a Iria o a Raquel amenazándolas con sacarles un ojo con un lápiz.
Por lo visto, las chicas también eran muy agresivas con los guardias y una de ellas amenazó con volver a matar si salían de allí alguna vez.
Según el relato que nos ha llegado, estamos hablando de dos chiquillas caprichosas, raras, asesinas frías y despiadadas que buscaban la fama, que querían abandonar San Fernando y que, según su profesor de ética, entre otros, habrían logrado aquello yéndose «por la puerta grande». La puerta grande sería ser reconocidas a nivel nacional como asesinas y apareciendo en televisión.
Volvamos un momento a la película con la que empezaba este artículo: ¿Quién era Nancy Downs? Una chica desquiciada víctima de sus circunstancias a la que se le fue la mano. Y así la recordamos y por eso hay mujeres que llevan su foto como avatar en redes sociales.
En el relato que nos muestra a Iria y a Raquel no se nos dice nada de ellas más allá de los hechos que rodearon al asesinato y la interpretación que terceras personas hicieron de ellos.
Con lo que tenemos, es imposible, salvo si se analizan las declaraciones de unos y otros con mucho cuidado, sentir por ellas la más mínima compasión.
Artículos y documentales hablan de la familia de Raquel, sí. La policía deja claro su vena delincuente y una señora casi grita que para pagar la casa no tenían pero para tabaco y equipos de música sí. El entorno de Raquel queda bien establecido, pero no sirve para dimensionar al personaje, sino para añadir más leña al fuego.
Para nosotras, como público, después de más de 20 años, es difícil encontrar un elemento redentor para estas chicas. En el año 2000, con los hechos recientes y el debate sobre la ley del menor en todas las cadenas era imposible.
Jóvenes y brujas termina con la bruja buena dejando claro que ella sí tiene poder. Las dos chicas que harían las veces de Raquel salen escaldadas y Nancy termina encerrada en un psiquiátrico.
Las brujas de San Fernando fueron a un centro de menores del que salieron seis años después. Una de ellas, Iria, levantó ampollas en la prensa inglesa cuando se supo que había dado clase en un colegio. De la otra se ha filtrado que es celadora y que también trabaja con menores. Un escándalo.
Un escándalo.
Si buscáis artículos y leéis comentarios veréis hasta qué punto se consideran ambos hechos un escándalo.
Siempre digo que el terror que me gusta escribir es ese en el que las protagonistas somos nosotras. Y el caso de las jóvenes y brujas de San Fernando tiene un giro final que lo convierte precisamente en esto.
A los habitantes de San Fernando les llegó la noticia del asesinato y reaccionaron inmediatamente: se concentraron, hicieron manifestaciones, acudieron a la puerta de los juzgados para increpar a las niñas. Para increpar a las asesinas. Para llamarlas hijas de puta y para decir, a cara descubierta ante las cámaras de televisión, que se acercaran allí, que ya las mataban ellos.
En la vivienda de los padres de Raquel aparecieron pintadas. A la madre la apedrearon. Solo por ser madre de una de las brujas de San Fernando. Como si cada madre y cada padre de aquellos, de los que lanzaron la primera piedra y la segunda y la tercera, supiera qué hacen sus hijas en cada momento.
No se trata de juzgar aquí las reacciones, más o menos comprensibles, de quienes vivieron tan de cerca una tragedia. Se trata de analizar el relato.
El que se contaron a sí mismos.
Las personas que apedrearon a la madre de Raquel lo hicieron porque eran buenas personas. Y las buenas personas pueden tomarse la justicia por su mano y dar escarmientos. Sobre todo cuando está claro que las víctimas de esos escarmientos lo merecen. Y el relato dejaba claro que lo merecían: esas niñas caprichosas y frías, con ansias de fama, que mataron para ver qué pasaba.
Jóvenes y brujas, la película, funciona, nos permite conectar con sus personajes aunque sean malvados, porque antes de convertirlos en personajes malvados, nos deja ver su faceta de personas.
En el caso de las brujas de San Fernando, no sabemos nada de ellas. No sabemos a qué dedicaban su tiempo libre, no sabemos cómo vivían en casa, qué les preocupaba.
Podemos deducir, si hacemos el esfuerzo, que ninguna de ellas era feliz. La niña gorda y apocada, la joven oscura y tímida que en su interior se llamaba La Gata y no hablaba con su madre desde los siete años.
Hay muchos datos que desconocemos de estas dos chicas y, además, tampoco los queremos conocer. Porque lo cómodo es tener barra libre para odiar al malvado y tirarle piedras.
Y ya está, tenía este artículo por ahí desde hace tiempo y me ha parecido buena idea sacarlo a la luz porque este es el tipo de cosas en las que se me ocurre pensar de vez en cuando.
20 años después, el auge del True Crime sigue exactamente la misma premisa del monstruo contra el mundo. Solo en algunos documentales o series hacen un tímido apunte a las circunstancias del asesino y entonces vislumbras familias disfuncionales, problemas psicológicos sin tratar o hechos traumáticos que no se han superado.
Que esto no quita que hicieran cosas terribles ni las justifica pero, en ocasiones, el argumento de la maldad por la maldad no siempre es válido. El tema es que tras muchos de esos asesinos hay problemas más reales de lo que nos gustaría y, claro, eso le quita la gracia al True Crime porque nos acerca demasiado a ellos. Es mejor pensar que era malvado porque sí o por fama o porque «estaba ido de la olla». No nos gusta ver las consecuencias más extremas del bullying, del maltrato en casa o de ignorar la salud mental, por poner algunos ejemplos.