Vamos con un relato del que conservo los derechos y por eso puedo compartir por aquí.
Es un buen relato, de terror, incluido en esta antología de Cazador de ratas. Os dejo la descripción de la colección:
Con estas 14 historias, pues, hemos intentado ofrecer un retrato variado, dinámico y, sobre todo, fidedigno de lo que es, lo que ha sido y lo que puede ser un barrio, buscando una mirada no tanto fantástica como diferente, para mostrarnos el papel que desempeñamos como individuos de esa célula de convivencia tan necesaria en tiempos como los que vivimos y en los que, ahora más que nunca, la solidaridad y la empatía pueden marcar la diferencia entre malvivir, vivir con dignidad e, incluso, vivir a secas. «Vivir en Vallecas es todo un problema en 1996», cantaba Topo en la canción ya citada. Y es verdad, vivir es un problema, pero, a fin de cuentas, es vivir. (Juan Manuel Santiago)
Tras Españapunk llega Barriopunk, una serie en la que pretendemos dar por sentadas las bases de algo que hace mucho que existe en España, la escritura de los bajos fondos, de las ciudades, de las drogas, el metal, los coches, el futuro, el pasado y nuestra mejorpeor música de todos los tiempos. Porque España se ha movido durante toda su historia moderna a golpe de folclore y guitarra eléctrica. Somos lo que somos, somos punk.
—Tú no dices nada porque tu ama es facha.
Sol se encogió de hombros.
—Eso da igual. Lo que importa es que Andoni se ha ido y la vieja se ha quedau sola.
En eso estaban todos los críos del barrio de acuerdo. Borroka o no borroka, Andoni les daba miedo. Los miraba con ojos entornados y se pasaba la lengua por los labios finos, pálidos, cortados o amoratados dependiendo del día, de que se hubiera encontrado con una buena hostia o no. Los miraba y los chavales notaban que se les escapaba el agua del cuerpo. Ninguno habría dicho que la sola presencia de Andoni los drenaba, no tenían edad ni lecturas para usar ese vocabulario, pero cuando se cruzaban con él enseguida ponían bote para comprar un refresco. A veces hasta juntaban las cien pesetas que costaba y se les enderezaba el día.
—Cuenta otra vez lo de la peli esa, Santi —dijo Sol.
Santi hinchó los pulmones y sacó pecho. A casi ninguno le dejaban ver películas de miedo, pero a él sí. Por eso sabía que, si matas al vampiro jefe, los demás mueren.
—Pero la vieja no es un vampiro.
—Ni Andoni. Sale mucho por la noche, pero de día también.
—La vieja es una bruja.
Un halo de gravedad se cernió sobre el grupo. Como si un ser sobrenatural, una bruja, por ejemplo, los observara y ellos sintieran el correspondiente picorcillo molesto en la nuca.
—Y Andoni es su hijo —dijo Sol, de nuevo—. Si acabamos con la bruja…
—¿Pero de qué vas, tía? ¡Que nosotros no podemos matar a nadie!
—¿Estás tonto o qué? Pues claro que no. Pero la podemos convocar.
—¿Qué es eso, convocar?
Santi conocía la respuesta y se apresuró a darla. No le gustaba que Sol le quitase la atención de los otros.
—Es como en la peli: cuando todos saben que el jefe es un vampiro lo persiguen y se lo cargan. Los mayores y eso. Lo persiguen los mayores. Y se lo cargan.
Sol asentía.
—Pues nosotros igual —interrumpió—. Lo convocamos, que es como hacer que diga ella misma que es una bruja. Y cuando nuestras amas y nuestros aitas se den cuenta, pues ya hacen ellos lo que sea.
—La persiguen —dijo Vicente.
—Y se la cargan —terminó Idoia.
A ojos de los chavales, el plan carecía de fisuras. Se habían fijado hacía ya tiempo en que los mayores se juntaban en manifestaciones públicas o reuniones secretas en contra de sus enemigos. Y a veces moría gente.
—Mi ama dice que las brujas y los monstruos no existen.
—Claro que sí.
Sol sacó un libro de la cartera y volvió a robarle el protagonismo a Santi.
—He sacau esto de la biblio de la escuela. Aquí salen lamiak, demonios y brujas. Mirad.
Los otros miraron.
No les interesaba el basajaun con su cuerpo cubierto de pelo porque no se les había perdido nada en el fondo del bosque, aunque de vez en cuando lo atravesaban para llegar al vertedero. De ahí sacaban un montón de juguetes y los guardaban en el arcón de la casita abandonada del guardavías, una cabaña pintada de negro, sin puertas ni cristales en las ventanas, que les servía de refugio los días de lluvia.
Tampoco eran cosa suya las lamiak. No les impresionaban sus patas de gallina.
—Yo creía que vivían en los ríos —dijo Idoia.
Sol asintió.
—Y en las fuentes y así. Y en otros libros están con patas de pato. Pero espera, verás.
No se detuvo en la representación del dios del cielo, que dominaba las tormentas, sino que cogió el libro, hasta entonces extendido en el suelo, y buscó la imagen de las sorginak, ancianas de pelo cano, mejillas arrugadas y mirada torva que adoraban a un ser con cabeza de cabra y torso masculino.
—Mirad a esta —señaló.
Vicente, Idoia y Santi acercaron tanto las cabezas que se golpearon unos a otros. Ni siquiera entonces hubo quejas o una voz más alta que otra.
—De uno en uno mejor.
Santi agarró el libro, incapaz de ceder su liderazgo durante más tiempo.
—¡Cuidau! Si se rompe me la cargo yo.
Los tres chavales se fijaron en la figura que Sol marcaba con un índice acusador. Se parecía tanto a la madre de Andoni que ninguno se atrevió a poner más objeciones. Su vecina, estaba claro, era una bruja. Lo decían las arrugas marcadísimas en la frente, las greñas grises que le enmarcaban el rostro de mejillas fláccidas y enrojecidas y los ropajes negros y holgados con los que se cubría de invierno a invierno.
Se quedaron en silencio un rato. Muy poco, porque enseguida Santi sacó de su cartera un cuaderno sin estrenar y un bolígrafo de cuatro colores. Idoia miró el boli con envidia. Le había pedido uno a su madre, pero nada. Siempre era la última en tenerlo todo.
—Pues habrá que invocarla, ¿no?
Los otros no entendían.
—Mirad la foto.
Los otros tres miraron.
—¿Qué es?
Sol leyó en voz alta.
—Las brujas se reunían en aquelarres y hacían ofrendas al diablo. En las Provincias Vascongadas, el demonio, con forma de macho cabrío respondía al nombre de Aker.
—Eso es lo que hay que hacer. Un aquelarre, pero diferente. Si las brujas llamaban al demonio, nosotros llamamos a la bruja.
—Lo dibujamos —dijo Sol, que imaginaba ya para qué había sacado Santi el boli y el cuaderno—. Lo dibujamos y es como decir su nombre.
—Como el enano saltarín —añadió Idoia—. El del cuento. Que si decía su nombre la hija del molinero, que se había convertido en la reina, ya no tenía que darle a su hijo.
Vicente sonrió. A él también le gustaban los cuentos.
—Eso, lo dibujamos y colgamos los dibujos en su puerta.
—¿En la de su casa?
—Sí.
—¿Y ya está?
—Pues claro. Los mayores lo verán y sabrán que es una bruja.
—No sé, tío…
—A ver —Santi recobró el tono de saberlo todo— ¿Quién iba a colgar un hechizo de llamar al diablo en su puerta más que una bruja?
Ninguno de los tres tuvo nada que objetar, así que se quedaron mirando el cuaderno y el bolígrafo como si el solo poder de sus pupilas fuera a ponerlos en movimiento.
—Pues tendremos que dibujar algo.
Santi, por supuesto, abrió la libreta por la mitad. Ante la atenta mirada de los demás, escogió el color rojo y trazó una serie de líneas rectas que en pocos segundos se convirtieron en una estrella de David de lados irregulares.
—El seis es el número del diablo, dijo con la voz ronca de excitación. Lo decían en otra peli.
Sol cogió las herramientas de caza, cambió el color del bolígrafo a negro y empezó a dibujar. No estaba en absoluto segura de que aquello fuera a servir de nada, pero si había alguna posibilidad de que su ama se cargase a la bruja y a su hijo, la aprovecharía.
—¡Qué pasote, tía!
Todos admiraban los detalles de los dibujos. A pesar de la anatomía mutante, en todos se distinguía a la perfección el juego de culos, piernas abiertas y penes omnipresentes. Sol pintó una escena diferente en cada triángulo de la estrella.
—¿Y qué ponemos en el medio?— preguntó Idoia.
El hexágono central permanecía vacío y estaba más que claro que no podía quedarse así.
—El nombre.
—¿El nuestro?
—No, julai, el de la vieja.
—Y el de Andoni —dijo Sol—. Por si acaso.
Todos buscaron confirmación en Santi.
—Vale —dijo—. Mejor asegurarnos. Pero entonces ponemos Antonio. Mi ama dice que se llama Antonio y que a la vieja no le gusta que le llamen Andoni porque no es su nombre de verdad. En estas cosas hay que usar los nombres verdaderos.
—Y una gota de sangre —añadió Idoia.
—¡Venga ya! ¿Sangre?
Vicente suplicó a Santi con la mirada.
—Estas cosas hay que sellarlas —dijo él—. Me he traído un imperdible quemau de casa. Se queman para quitarles la infección. Es lo que hizo mi abuela cuando le puso los pendientes a mi hermana. Así que no nos va a pasar nada, tranquilo.
Sol puso la primera letra del nombre de la bruja y los demás hicieron turnos para completarlo. También fue ella quien se ofreció voluntaria para dejar caer la primera gota de sangre.
—Pincha, venga.
—Oye, que lo de que tu ama es facha, no…
—¿Y eso qué más da? Esto es por la bruja, ¿no? Pues venga, pincha.
Si en algún momento alguno de los cuatro se había tomado aquello a broma, la gota de sangre oscura que brotó del pulgar de Sol y que la chica estampó en uno de los triángulos de la estrella se encargó de que cambiara de idea.