Hoy vamos a hablar de un tema escabroso: la diferencia entre la alta literatura, o ficción literaria, y la baja literatura, también conocida como ficción comercial o literatura de género. Y vamos a hacerlo porque hace unos días me topé con un concepto de lo más perturbador e inquietante: el de escritor de asterisco.
Según un colaborador de Angels Barceló, serían escritores de asterisco aquellos que, en los libros de historia de la literatura, aparecerían con un asterisco junto a su nombre. Ese asterisco llevaría a una nota a pie de página para explicar quiénes fueron porque, de hecho, habrían sido completamente irrelevantes.
Aunque no lo suficientemente irrelevantes como para no aparecer en el susodicho libro, pero ese es tema para otro programa que será grabado en otra ocasión.
Hoy estamos aquí porque el término en cuestión me lanzó a un bucle de cabreo que, una vez superado, se convirtió en una serie de reflexiones que me gustaría compartir contigo. Por muchas razones, pero sobre todo porque sospecho que este tipo de concepto tiene un impacto muy acusado en muchas personas que quieren escribir y, además, porque perpetúa la idea de que solo hay una manera válida y valiosa de hacerlo. Ideas que me gustaría contribuir a desmitificar porque, honestamente, están muy lejos de la realidad de la escritura.
¿Te imaginas que en tu partida de nacimiento…?
Quizá me esté adelantando, pero ¿te imaginas que en tu partida de nacimiento alguien, tras tu muerte, anotase: «la vida de este ser humano no significó lo suficiente»? No sé, escritor de asterisco es un término tan despectivo, pierde tanto de vista quién ha escrito los nombres en los libros, quién ha decidido qué nombres quedan fuera y, sobre todo, pierde tanto de vista el hecho irrefutable de que la propia persona que lo dijo jamás aparecerá en un libro de historia de ninguna clase, que me da hasta vértigo.
De hecho, es que pierde de vista el mayor de los hechos irrefutables: el planeta en el que vivimos desaparecerá, todo lo que hayamos conservado desaparecerá con él y mucho antes de eso, a los seres humanos del futuro les dará olímpicamente igual quién era Cervantes y si su labor literaria tuvo más valor que la de Corín Tellado.
Pero tampoco nos pongamos pesimistas. Relacionemos al pobre escritor de asterisco con el panorama literario actual y la división entre literatura literaria y ficción comercial.
La división en cuestión me parece absurda. Se supone que la ficción literaria persigue la belleza, la evocación por encima de la literalidad, es rica y exigente. Es un tipo de lectura que se ancla en algunos de los autores considerados clásicos y cuyas obras se estudian como piezas artísticas. La ficción comercial es otra cosa (peor, indigna, chabacana, el mal encarnado).
Y se pierde de vista el hecho de que muchos de esos autores clásicos, cuya bellísima prosa deberíamos hacer perdurar por los siglos de los siglos, en su día también necesitaron comer y, por lo tanto, buscaban vender sus libros.
Ejemplos de ficción literaria que nació como ficción comercial
Un ejemplo perfecto de esto es Charles Dickens. Aunque hoy en día se le considera uno de los grandes de la ficción literaria clásica, Dickens escribió muchas de sus novelas por entregas en periódicos, con el claro objetivo de venderlas y ganarse la vida. Es más, él era muy consciente de lo que su público quería leer y ajustaba sus historias para mantener la atención y aumentar las ventas. Su obra más conocida, Oliver Twist, fue publicada de esta manera, y no por eso deja de ser una crítica social profundamente literaria.
Otro caso interesante es Jane Austen, que también vendía sus libros para poder subsistir, aunque no alcanzó el éxito comercial en vida que tiene hoy. Orgullo y prejuicio y sus otras novelas, que ahora se consideran joyas de la ficción literaria, se publicaron inicialmente con la intención de llegar a un público amplio y generar ingresos. No fue una autora que escribiera únicamente por amor al arte, sino que buscaba un sustento.
El falso dilema entre arte y oficio
Lo que nos lleva a la diferencia que subyace bajo esta dicotomía, más falsa que los duros de cuatro pesetas: entender la literatura como arte o entenderla como oficio.
Yo me imagino que a Van Gogh, del que nadie niega hoy día que fue un gran artista, le habría gustado vender algún cuadro mientras vivía. Y si hablamos de los millones que se han pagado por algunas de sus obras, pues lo mismo le habría dado un escalofrío de gustito.
Y me pregunto si, de haber tenido éxito comercial en su momento, no se habría encontrado con un locutor de radio que le habría llamado pintor de asterisco.
Con el agravante, ojo, de que esta división entre arte y objeto comerciable encuentra unos límites muy difusos en el momento en que escritores y escritoras de los literarios se convierten en los favoritos del público.
El impacto del capitalismo en la ficción literaria y la ficción comercial
Y claro, todo esto no se puede entender sin tener en cuenta el contexto más amplio del capitalismo. Hoy en día, la presión por vender y por llegar a un público lo más amplio posible no es solo una cuestión de subsistencia, como lo era para Dickens o Austen. El sistema capitalista en el que vivimos ha transformado el arte en un producto, en algo que debe ser rentable. De hecho, el capitalismo solo entiende y acepta al ser humano de clase obrera como animal rentable.
Por eso me cabreo tanto cuando oigo discursos que invalidan la literatura más accesible o inmediata, como si escribir pensando en el público fuera una traición al arte. O como si no se pudiera escribir literatura comprensible y bella a la vez. Sea como sea, vivimos en un mundo donde las escritoras, igual que cualquier otra persona, necesitan comer, pagar sus alquileres y sostenerse económicamente. Pensar que solo lo que está exento de fines comerciales tiene valor es una idea completamente elitista, y también bastante alejada de la realidad.
Es más, el capitalismo ha moldeado la manera en que consumimos y producimos literatura porque ha moldeado la manera en la que vivimos. No vamos a todas partes con prisa porque sí; la prisa es parte del sistema. No leemos despacio, no nos relajamos, no nos tomamos tiempo para escribir como Tolkien (o para leerle), porque no es compatible con la vida. Salvo que tengas el dinero suficiente para comprar el tiempo necesario. Y no reconocer eso es hacerle un favor al sistema.
Escribir es un acto revolucionario
Pero lo peor no es nada de lo que he dicho hasta ahora. Lo peor es cómo discursos como el del escritor de asterisco y falsas dicotomías como lo de la alta literatura y la baja literatura afectan a personas que quieren escribir y no se atreven.
Me encuentro constantemente con alumnas que, al escuchar este tipo de comentarios, se cuestionan si tienen derecho a escribir. Porque claro, si escribes algo más accesible, más inmediato, ¿no estarás traicionando la «pureza» del arte? ¿Y si escribes algo que no sea excelente? ¿Si no escribes ficción literaria matrícula de honor, cuadro de alumnos ilustres, mejor no escribas nada? ¿Y qué pasa con todo el proceso de aprendizaje, que es largo, duro y ya sería lo bastante frustrante incluso sin estos niveles externos de exigencia?
Es más, la presión por llegar a los libros de historia y de hacerlo sin asterisco, ¿dónde deja a las mujeres y a los hombres que, con más o menos habilidad, escriben porque haciéndolo encuentran su lugar feliz?
Reflexiona sobre tu relación con la escritura
Deja que te haga una pregunta: ¿cuántas veces has dudado de tu derecho a escribir solo porque alguien dijo que lo que hacías no tenía valor? ¿Cuántas veces te has cuestionado si lo que sale de tu pluma es lo suficientemente «serio»?
Vamos a jugar un momento a desmitificar toda esta sarta de patrañas, porque creo que merece la pena:
Escribir es un trabajo. Hay una tendencia a pensar que solo es válido escribir si lo haces por puro amor al arte, pero escribir es un trabajo que puede y debe ser remunerado.
La idea de que lo comercial es menos valioso es una trampa. Las grandes autoras han sabido equilibrar ambas dimensiones, y sus obras han perdurado por su conexión con el público.
El verdadero éxito está en conectar con las lectoras. En que lo que escribes tenga un impacto en la vida de las personas que te leen. Una escritora puede vivir de su obra sin gustarle a un solo crítico, pero no puede hacerlo si no le gusta a ninguna lectora.
En resumen
La literatura y la sociedad están en constante transformación. No todas las escritoras tienen que escribir de manera bella y pausada, ni tampoco es necesario que todas seamos autoras literarias para que nuestra obra tenga valor.
Lo que quiero decir al final es que el concepto de escritor de asterisco es una construcción que limita nuestra creatividad, nuestra capacidad de disfrutar del acto de escribir y, sobre todo, nuestro derecho a decidir qué queremos escribir y cómo queremos hacerlo.
Esto es todo por hoy. Si quieres escribir y te dan igual los asteriscos, te espero en La Escribeteca, donde todas las formas de escritura tienen su espacio. ¡Hasta la próxima!
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