O que escribo, si tengo que ser sincera. Porque no tengo ni la menor idea de cómo funciona la relación entre el interior y el exterior de las personas.
Pero deja que salude, porque cuando me da la intensidad me lanzo al teclado y pierdo los modales:
Hola.
Bienvenida al podcast de Alicia Pérez Gil: elijo escribir.
Ahora se me ocurre que podría hablarte de por qué mi rincón de Substack se llama así, elijo escribir, pero creo que lo dejaré para otro momento. Aunque es fácil explicarlo. Venga, va, solo me llevará unos segundos y así me lo quito de encima.
Soy una control freak.
Esa es una de mis mayores debilidades.
No creo en las musas, ni en la inspiración, ni en casi ningún ser mitológico (podemos excluir a los vampiros porque durante una etapa de mi vida fui muy devota de Anne Rice y donde hubo fuego cenizas quedan).
Eso quiere decir que, en mi caso, no aplica eso de: si no escribo, me muero. Necesito escribir para respirar y todas esas cosas que me alejan de compañeras a las que envidio profundamente. Las envidio con toda mi alma porque debe de ser muy liberador ceder el control del deseo a entes extracorpóreos (mientras escribo esto veo cómo baja la cantidad de suscripciones y de seguidores, pero mi verdad manda en mí y en lo que hago, así que suspiro y sigo).
Envidio a todas las personas que no necesitan recomponerse a diario.
Yo elijo escribir, elijo comer, elijo enseñar.
Porque mi naturaleza, lo que me pide el cuerpo cada mañana, es no hacer nada. Y si no eligiera, me pasaría el día así:
Así que elijo escribir porque se me da bien, porque me ayuda a olvidarme de que la vida no me gusta mucho y porque me ayuda a explicarme cosas. A veces las explicaciones son defectuosas, pero de aquí no salimos con un boletín de notas, sino con los pies por delante, así que…
Y la verdad es que, llegada la newsletter a este punto, este comienzo inesperado (había planeado empezar la news de otra manera) encaja muy bien con lo que quería contar hoy.
A saber, que dentro de mí conviven una payasa y una adolescente emo con tendencia a la autodestrucción. Las acompaña una mujer muy seria a la que le encanta investigar, analizar y escribir novelas comprometidas e intensas.
Lo que sucede es que durante el día, por la cosa de ir sobreviviendo, la payasa gana y hace chistes malos, habla de sí misma y de sus ideas con ligereza y a veces hace hasta memes. Como este:
El meme está tan chulo que es una de las publicaciones más vistas de mi pobrecico Instagram de autora.
La Alicia detrás de todas las tontunas habidas y por haber (para que te hagas una idea, mi marido es parecido a mí y siempre digo que no hemos tenido hijos porque somos tan teleñecos que nos saldrían de felpa) se lo pasa bomba, se divierte muchísimo, genuinamente. Me río mucho en los días buenosTambién me río mucho en los ratos buenos de los días malos.
Pero ese meme no ayuda en nada a que las personas que disfrutarán de la novela la encuentren atractiva. Porque la novela es otra cosa. La novela es seria, oscura, profunda y todas esas cosas que cuando las dice la autora quedan fatal.
Cuando escribo no dejo nada al azar. En fin, intento que en el último borrador no quede nada azaroso, aunque el proceso que convierte mi primera idea embrionaria en una historia acabada podría definirse como «retrato del caos al borde del abismo y a punto de dar un paso adelante». No obstante, el resultado final suele ser serio, intenso, tocar temas de cierto calado emocional y dejar temblando a mis lectoras. No soy una autora inofensiva.
Hace unos años dijeron de mí que conocerme y leerme provoca disonancia cognitiva. Porque por fuera soy muy cuqui y lo que escribo, pues cuqui, cuqui, lo que viene a ser cuqui, no es.
Y me quedo pensando, ¿será que miento? ¿Será que me escondo?
Pero no. No me fuerzo a hacer chistes malos, ni me fuerzo a escribir historias oscuras, ni me cuesta nada sumirme en historias de amor desesperadas y deshidratarme llorando tardes o semanas enteras.
Lo que me cuesta mucho es ser una sola de esas Alicias durante demasiado tiempo.
Y sospecho que esto es, hasta cierto punto, común; que las personas no son unidimensionales, ni cultivan un único interés.
Y ya estaría, esta es mi reflexión de esta semana.
Ojalá pudiera hacer el ejercicio de escribirla en tercera persona para que creyeras que hablo de ti, pero no me salen ese tipo de mentiras. No me sale analizar la sociedad porque ni siquiera sé si de verdad existe o nos la inventamos cada vez que decimos que una generación esto o un grupo de población aquello. Los árboles, supongo, no me dejan ver el bosque.
Ojalá tú te veas como árbol y te quedes aquí, dando sombra conmigo.
Y ojalá nunca te sientas sombra de nada ni de nadie, que es lo que le pasa a la protagonista de La sombra de Cristo.
Nos vemos la semana que viene.
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