¿Sabes quiénes eran Lorraine y Ed Warren? Seguro que los conoces por sus apariciones estelares en la saga The Conjuring, una serie de películas de terror basadas en casos reales. ¿Te había dicho alguien que son un gran ejemplo de narrador testigo subjetivo? ¡Pues yo te lo cuento!
No, no me pegues todavía. He dicho «basadas en casos reales» a propósito porque de eso trata el artículo. Hoy te hablaré de cómo Lorraine y Ed Warren se crearon a sí mismos como narradores, también crearon su marca, y luego se dedicaron a contar historias que su público objetivo quería creerse.
Así verás cuál es la relación entre el narrador testigo, el narrador subjetivo y la verosimilitud.
Quienes eran Lorraine y Ed Warren: narrador subjetivo y credibilidad
Ed tenía apenas seis meses más que Lorraine. Ambos nacieron y crecieron en el pueblecito de Bridgeport, en Connecticcut. Aunque decir pueblecito es, en realidad, una licencia poética. Bridgeport es una ciudad industrial que no salió especialmente malparada del crack del 29 precisamente gracias a ese tejido industrial. Las vacas flacas llegaron en los años 70, cuando Estados Unidos pasó por un proceso de desindustrialización que supuso un aumento del desempleo y de los problemas derivados de la droga. En esa época de declive fue cuando Lorraine y Ed Warren trabajaron en la mayor parte de los casos que hoy conocemos, como el de Annabelle, el de Amityville o el expediente Enfield.
Pero volvamos a su infancia.
En 1932, a la temprana edad de cinco años, Ed Warren tuvo sus primeras experiencias parapsicológicas. Según sus propias declaraciones, durante las madrugadas veía luces blancas que salían de un armario. Sobre todo, solía ver a una señora muy enfadada. No sabía qué era aquello, pero decidió que cuando creciera lo investigaría.
Dos años más tarde, en 1934, cuando ya tenía siete, Lorraine, que estudiaba en un colegio católico, se encontró también con lo sobrenatural: veía las auras de sus compañeras y las de las monjas.
Ed y Lorraine Warren se conocieron en 1941, en un teatro. Él trabajaba allí, mientras que ella solía ir con su madre.
Empezaron a salir enseguida, tenían 16 añitos, y dos años después Ed tuvo que ir a la Guerra. Allí su barco se hundió y él sobrevivió pero obtuvo un permiso de 30 días, momento que aprovechó para casarse con Lorraine y engendrar un hijo. Regresó cuando la única descendiente de ambos ya había nacido.
Lorraine y Ed Warren: la pareja americana perfecta o cómo crear un narrador subjetivo que parezca objetivo.
Dos muchachos de una pequeña ciudad de provincias se conocen por casualidad, él se alista en el ejército, va a servir a su patria, nunca deja de pensar en su amada y a la menor oportunidad le pide en matrimonio. Ella, por supuesto, acepta. Cuando él regresa de la guerra tiene una niña preciosa esperándolo en casa y una tarta de manzana enfriándose en el alfeizar.
Esto es lo que Ed y Lorraine Warren cuentan mucho después a la prensa. Cuando ya tienen entre manos un producto, una historia (o más bien una serie de historias) que vender. Todas ellas de terror. Y lo hacen porque saben que para convencer al público de que lo imposible es cierto, deben ganarse su confianza.
¿No veis el porche de madera? ¿Y el azúcar caliente y la manzana? ¿No se os hace la boca agua? ¿A que os dan ganas de pellizcar las mejillas redondas y coloradas de la pequeña Judy? Desde luego, yo me creería lo que me dijeran. Y ahí reside el poder de un narrador testigo. Si es lo bastante bueno, si está bien escrito, pasarás por alto que es un narrador subjetivo.
Eso es lo que debes hacer tú con tu narrador subjetivo, además de no sacar a tus lectoras de la historia.
La pareja se adentra en el mundo paranormal
Ed vuelve de la guerra y se hace oficial de policía, pero lo que nosotras sabemos, porque es lo que nos ha contado cuando le convenía, es que le gusta pintar. Ed pasa mucho tiempo haciéndolo y tiene talento. Se entretiene en pintar casas que su mujer y él creen que están encantadas.
El paso siguiente resulta obvio: Lorraine y Ed Warren se ponen en contacto con las familias que habitan esas casas para echar una mano. Nunca piden nada a cambio, ni un centavo.
Confianza, ese es el vínculo que debes cultivar con tus lectoras, como los Warren.
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