Dos meses rumiando una idea que no avanzaba ni a empujones
Y al final, la solución fue rendirme (literalmente)
Querida brújula de mi alma:
Toca post transparente y sincero.
Dos meses llevo dándole vueltas a una idea que me tiene secuestradas las meninges. Va de una casa, una reforma y una relación entre el edificio y las personas que lo habitan. Eso es todo lo que sé desde hace, ya te digo, dos meses.
Como la idea es para un relato, no he querido volverme loca con mi batería de preguntas habitual. Mala idea. Llevo esas ocho semanas dándole vueltas a qué es lo que me falta y no lo encuentro. O no lo encontraba, más bien.
Hasta que literalmente anteayer me senté muy quieta delante de mi Remarkable, lo apagué y dije en voz alta: vale, se acabó, cuando quieras, me lo cuentas. Que es un poco dramático, pero es que, llegado determinado punto de frustración, tiendo a hablar sola.
Pues bien, tras dos días echando a patadas a la maldita idea de mi cabeza, la muy ladina se ha hecho fuerte y ha venido con un detalle que no se me había ocurrido y que lo ha echado todo a rodar.
Conclusión: a veces es mejor rendirse que apretarles las tuercas a las ideas.
Te cuento.
Dejar de buscar también cuenta como avanzar
No sé tú, pero yo tiendo a pensar que si una historia no avanza, hay que empujarla.
Y, si hace falta, se le hace una encerrona.
Esto a veces funciona. Pero otras, la historia se asusta, se esconde, y pide clemencia. Un poco como los susuwatari en las películas de Miyazaki.
Lo curioso es que, esas veces, basta con dejar de buscar locamente para que pequeñas señales hagan acto de presencia.
Y cuando digo pequeñas, me refiero a muy pequeñas.
Pero suficientes para permitirme retomar la historia.
Entonces me doy cuenta: lo que estaba bloqueando mi flujo creativo no era la falta de respuestas, sino mi miedo irracional a no tenerlas de antemano.
Hola: soy la persona que necesita las respuestas antes de hacer las preguntas.
El control absoluto no siempre te da claridad
La obsesión por entenderlo todo antes de empezar suena profesional, sensata y muy responsable, pero en realidad muchas veces es miedo disfrazado. Miedo a perder el tiempo, a equivocarte, a desperdiciar una idea…
Solo que si no te arriesgas a perderte un poco, no encuentras nada nuevo.
Las historias, afortunadamente, no son obedientes. No aparecen de manera ordenada, en formación, como los ejércitos romanos (Perdón, es que hace poco vi Pedro Pascalator II).
Suelen venir en fragmentos sueltos, imágenes aisladas o ideas que no sabes dónde encajan; pretender dominarlas desde el principio puede convertir algo vivo en una cosa muerta.
A veces lo que más te bloquea no es la falta de estructura, sino la expectativa de tenerlo todo claro antes de empezar.
Escribir desde lo que sabes también es escribir bien
Lo que he aprendido (otra vez, me paso la vida reaprendiendo) con este relato es que empezar a escribir no exige tenerlo todo pensado. De hecho, es casi al revés. Si la escritura fuera algo así como la redacción de cosas que ya sabías de antemano, a mí me parecería bastante aburrida.
Para empezar basta una imagen, un gesto, un algo que te tire de la manga. Y mente abierta, eso sí creo que es fundamental.
Y ojo, que todo esto no significa, al menos no en mi vocabulario, ir a lo loco. Yo sigo usando mis 30 preguntas del Escribe sin Planificar cuando quiero armar una historia desde las raíces.
Pero también he aprendido a respetar los momentos en los que la historia solo quiere hablar bajito.
Porque si le das ese espacio, acaba contándotelo todo.
Y cuando eso sucede, lo último que quieres es perder la conexión, no vaya a ser que la idea se disuelva, se enfríe o se te escurra entre los dedos. Porque esa pérdida se te clava con más saña que el bloqueo, la duda o la reescritura.
Para cuidar esas ideas tan frágiles que ni te atreves a mirarlas de frente, sirve Escribe sin Planificar.
Apúntate si no quieres dejar escapar tu historia justo cuando empieza a tomar forma.
Hola! Coincido plenamente con esto: “Suelen venir en fragmentos sueltos, imágenes aisladas o ideas que no sabes dónde encajan; pretender dominarlas desde el principio puede convertir algo vivo en una cosa muerta.”
Hace más de veinte años, a mis 17, empecé lo que creí que iba a ser mi primer libro (tenía el deseo o la fantasía de dedicarme a escribir). Escribí unas 50 páginas y luego, por distintos motivos lo abandoné, pero la historia y sus personajes nunca abandonaron mi cabeza. Creo que el principal motivo para abandonarla fue que no sabía bien por dónde seguir y que la obligación autoimpuesta de tener que conocer la historia de entrada y tener claro hacia donde ir se convirtieron en frustración.
El año pasado, tanto tiempo después, finalmente me decidí a retomarla. Sigo redactando y disfrutando la historia, y creo que la gran clave fue finalmente comprender eso, que no es necesario conocer de antemano toda la historia ni controlarla, sino ir acompañando y cuidando su crecimiento.
Saludos!
Me ha venido a la cabeza mientras te leía que esto que explicas sobre el método brújula y la rendición podría aplicarse perfectamente bien a otros contextos en la vida. A un viaje, a un cambio de profesión, a un proyecto de emprendimiento... Sí, igual suena arriesgado dejarse llevar así en contextos de más alto riesgo, pero y si hubiera en estos contextos también algo que tenemos que aprender a soltar para fluir y dejarnos llevar por las señales? Y si el exceso de control estuviera contaminando todo lo que hacemos los seres humanos?
Algo para meditar! (Pero no para tomarse demasiado en serio y al pie de la letra: no quiero pilotos de avión ni cirujanos improvisando sobre la marcha!)